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Rigel García ¨Casas para volar: apuesta por una naturaleza visible¨


Casas Para Volar. Serie Documental. 2016



Intervenir el paisaje, construir, habitar. Responder a la noción de arraigo o a la necesidad de cobijo. Todas las acciones por las que el horizonte se modifica invitan a entenderse como «parte de», a funcionar como lugar de relación y no de superposición, a crear vínculos y dejarse afectar. Invitan a ser, más allá, mecanismo de inclusión y visibilidad para ese todo que es el entorno antes que una «toma de posesión del territorio» en versión automática. Desde aquí, la arquitectura no tendría que ser una ciencia de los límites, una disciplina para separar (o enfrentar) los paisajes exteriores de los interiores. Como espacio para la integración, está llamada a propiciar la convivencia entre el afuera y el adentro, junto a todo eso que entre ambos acontece. ¿Cómo entender la inestabilidad de los fenómenos desde la rigidez de las soluciones constructivas? En este punto, se intuye la necesidad de pensar la arquitectura como forma blanda –permeable, mudable–, con el cuerpo como interlocutor imprescindible y una simple premisa vital: de la naturaleza no se prescinde.


La exploración de esta línea ha sido fundamental para Miguel Braceli en muchas de sus propuestas y especialmente en Casas para volar (2016), un proyecto formativo dirigido a estudiantes del primer semestre de la cátedra de Diseño en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Concebido para descolocar –desmantelar, cuestionar– los fundamentos de la praxis arquitectónica, el curso alentó a sus integrantes (profesor incluido) a descubrir, desde la experiencia, las relaciones entre el cuerpo, el espacio habitable y las fuerzas naturales del entorno. Cada alumno tuvo la tarea de diseñar y construir una estructura –la casa– que respondiera a las proporciones de su propia anatomía y que, al mismo tiempo, tuviera la capacidad de suspenderse, cual papagayo, a merced de las corrientes de aire en espacios abiertos. Elaboradas con una delgada película plástica, estas casas para volar debían, asimismo, poder ser manejadas utilizando únicamente la tracción del cuerpo, definiendo así el punto de equilibrio entre naturaleza, edificación y sujeto. A partir de allí, sería posible desprenderse de la idea de una arquitectura como espacio sólido o permanente, así como de la noción de paisaje (natural o urbano) como horizonte estable o mero telón de fondo.



Casas Para Volar. Serie Documental. 2016


Indagar en la potencialidad de materiales mínimos como una bolsa plástica o dar carácter estructural a un elemento tan imprevisible como el viento supone cuestionamiento tanto como celebración: un abandono de prejuicios y una toma de postura (apertura, más bien) frente a lo proyectable, pero más allá, frente a lo posible. No en vano, es en esta crucial reflexión sobre la «posibilidad» donde se funda el vínculo de dos realidades aparentemente antagónicas como lo son la casa y el vuelo. Desde aquí, el proyecto formativo de Braceli parte de una necesaria zona de incertidumbre, conecta con la noción de obra y aprendizaje como procesos, y se aleja del modelo tradicional de enseñanza como transferencia de conocimientos. Aprender juntos se traduce, también, en aprender desde el asombro y en ese sentido podríamos hablar ciertamente de clases para volar: allí donde el salto al vacío y la adaptación a lo accidental devienen condiciones necesarias para el hallazgo. Inventar –descubrir– los modos de volar al tiempo que se sostiene una edificación esconde todo el riesgo de un diálogo inédito, pero también un gran interés con respecto a la noción de armonía.



Casas Para Volar. Serie Plaza Cubierta. 2016

Descifrar el lenguaje del fenómeno a fin de pronunciarlo pasa, necesariamente, por hacerlo evidente. La inmersión de un diseño en su contexto implica una conversación audible, un intercambio de códigos del que se deriva una puesta en escena equilibrada. Las Casas para volar hacen visible el aire, un elemento poco perceptible en las imágenes de paisajes pero que este proyecto revela como fuerza constructiva fundamental. De esta interacción dependerá el que las casas se mantengan erguidas, habitables, generando la visual de un entorno vivo y traducido finalmente en el registro de la obra/acción concluida. En este punto, la arquitectura de la Ciudad Universitaria también cobra una visibilidad especial, pues la intervención de sus espacios con las casas flotantes no sólo muestra el flujo de recorrido planteado por corredores, rampas y zonas abiertas, sino la indiscutible presencia y comportamiento de las corrientes de aire en este paisaje construido. Una ciudad-paisaje que, lejos de separarse de los elementos, los convoca como parte de una radical experiencia de integración, brindando a quienes transitan por ella una conciencia constante acerca de la naturaleza. No en vano, la Ciudad Universitaria de Caracas está poblada de alusiones al vuelo y la liviandad: desde obras tan emblemáticas como las Nubes de Alexander Calder y el Pastor de nubes de Jean Arp, hasta esa aérea (im)posibilidad materializada en el Aula Magna y otras estructuras del campus, la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva tiene momentos de sutil ingravidez y explícita transparencia, más allá –paradójicamente– de la solidez característica del concreto armado. ¿No es esta, acaso, una arquitectura dialogante y susceptible; que invita, literal y metafóricamente, a emprender vuelo?



Casas Para Volar. Serie Pastor de Nubes. 2016

Las Casas para volar habrán encontrado en la Ciudad Universitaria el escenario exacto, analogía de sus intereses y modelo a seguir en una tradición que entendió el paisaje como enunciado clave en cualquier voluntad de hábitat. Al mismo tiempo, la intervención de la arquitectura de la UCV con el tránsito de estas ligeras estructuras habrá generado elocuentes contrastes (y preguntas) entre lo firme y lo liviano, lo perdurable y lo efímero: un recordatorio sobre la necesidad de conciliar extremos e integrar la presencia de lo otro. Casas para volar comprueba, por último, que la experiencia de construir y de poblar pasa, necesariamente por una comprensión cercana del cuerpo que permita generar espacios vinculados a éste, adaptados a su escala pero en profunda correspondencia con el entorno. Desde una naturaleza visible, hecha patente en estructuras sensibles al fenómeno, sería posible pensar el cuerpo como medida del paisaje, y viceversa; pues desde cada construcción –ese paisaje-otro que constituye la cultura–, recordaríamos finalmente que el cuerpo es, también, naturaleza.



Casas Para Volar. Serie Pastor de Nubes. 2016

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